Monday, October 02, 2006

CRONICAS, DIA 49

No volví anoche, me quedé a dormir en el almacén, un catre remedando una cama y un jergón haciendo de colchón, me bastaron para acomodar mi castigado montón de huesos, dispuestos ordenadamente y cubiertos de una gris película de piel magra. Me costó dormir, escuché la radio hasta la 1, dormité hasta las 2 y me despertó el chillido agudo de la emisora y unas voces mal sintonizadas, una mezcla ideal para la madrugada. Regresé al sueño y a las 5 ya estaba en el patio, viendo como se arrebolaba el cielo y escuchando los primeros sobrevivientes de la noche, anunciar el día.Mate en mano, me dirigí al galpón trasero, para dejar salir el olor penetrante del herbicida y poner en marcha el pequeño tractor, que haría las veces de locomotora tirando un pequeño tren cargado de latas, tambores y dos o tres bolsas con semillas de girasol. A eso de las 9, abrí el almacén y un rato después llegaron los empleados. Pude entonces ordenar las tareas del día y aprovechar la mañana que se presentaba fresca con el sol exultante sobre las moradas sierras y varios penachos blancos salpicando el azul.Llegué a la estancia de M alrededor de las 11, enseguida me hicieron pasar hasta el porche de la casona, que dominaba la pileta y la cancha de tenis. Por un instante, me vino a la memoria una película que vi hace un tiempo: estaba la mucama, el carrito con las bebidas, el patrón de la estancia, las piernas enfundadas en botas de montar, la camisa celeste con el cuello abierto, el cinturón de cuero crudo con hebilla de plata, donde lucía CM, lo que parecía ser sus iniciales. Con un ademán que quiso ser amistoso y se pareció a un golpe de karate, me indicó el sillón inmaculadamente blanco con su cojín verde. Que le sirvo? Inquirió el patrón. Un aperitivo, dije. A una mirada, la mucama en su uniforme de mucama, con sus guardapolvos y cofia, el pelo recogido y sus guantes, salvando sus manos y cuidando al patrón de microbios foráneos, sirvió las bebidas. Salud, dije casi carraspeando. Buen provecho, contestó el hombre. Fue todo lo amable que pudo, me hizo entender porque no haría negocios conmigo, me adoctrinó sobre que comprar, en que invertir, donde morir. No le presté demasiada atención, me levanté y descendí desde el porche hasta el suelo dejando al
patrón erguido sobre el pedestal de lajas, el brazo derecho en alto, la mano floja, en un saludo a manera de despedida. Respondí el saludo, caminé hasta mi auto y me marché. Sabía que nunca volvería a ese lugar y a medida que volvía al pueblo entendí que nunca regresaría a todos los lugares. A ningún lugar.
El devenir me esperaba, iba hacia él sin ninguna expectativa,que otra cosa podía hacer? Esperar? ¡Ajá!, exclamé, eso es, parado aquí, en este inmenso agujero negro, esperaré, el tiempo que fuere necesario, no me importa, el tiempo me sobra y algunos siglos me voy a gastar en este capricho. Cinco minutos después llegaba al pueblo, diez minutos mas tarde tomaba la carretera 0. Mañana no creo que vuelva.