La mañana del desastre, me levanté como todos los días, hice mi pequeño bolso de mano y partí hacia el aeropuerto. Dos horas después abordaba el vuelo 456 con destino al paraíso.
Nada hacía presentir lo que habría de pasar. Digo esto, contradiciendo a todos esos pitonisos y agoreros, que luego de una tragedia salen a contar anécdotas de gentes que no viajó. Explican: el canario se puso verde y ya lo dice un viejo adagio español: “a canario verde, vuelo que se pierde”. Yo sabía, dice Víctor, porque esa mañana ví una luz verde tornasolada al fondo del camino, cuando abrí los ojos supe que un avión habría de caer. Patrañas. Los aviones se caen por que existe la gravedad, lo mismo que las manzanas de los árboles. Mejor es viajar en tren dice mi tío y una semana después descarrila el Lucero del Este, matando mas gente que la guerra de Crimea.
Lo cierto es que yo subí al avión, me senté en el asiento que me asignaron, coloqué el bolso de mano en el portaequipaje, me tomé una gaseosa, me coloqué el cinturón de seguridad y esperé pacientemente que el avión carreteara, decolara, enderezara, que el capitán hablara, que las azafatas nos dieran la clase de que hacer en caso de accidente (Nada, que vas a hacer si hay un accidente, rezar si sos creyente, putear por tu puta suerte, gritar hasta quedarte afónico o como en mi caso, esperar prudentemente el último segundo, el momento elegido por la compañía de aviación para celebrar un año sin accidentes).
De pronto y sin mediar aviso el avión comenzó a caer interminablemente y el ambiente adentro se convirtió en un caos. Grandes y chicos compartían por igual desmesura, terror, angustia o resignación, como en mi caso Idiotamente me acordé de un chiste bobo que le cuentan a los que se van quedando calvos recomendando resina, apócope de resinacion. No me hace reír y menos ahora pero me acordé. Incluso tuve tiempo en el lapso que medió hasta el golpe, de pensar en mi infancia. Pensé en el pueblo de siestas veraniegas y eternas noches de invierno, las escapadas a la laguna, el asalto a la planta de granada del viejo mísero de enfrente de casa, los picados de fulbo hasta que el sol se hubiere ido, la vuelta a casa con la cola entre las piernas y la pelota bajo el brazo, los retos, los mimos, el baño caliente en bañadera, las sábanas almidonadas, el olor de la tierra mojada, en este instante no sé si fue coincidencia , pensando en tierra el avión terminó su caída libre y chocó contra el suelo en un estrépito de metal, plástico, vidrio y huesos rotos. Humo, sangre, sesos, tierra mojada. Cuando cesó el ruido de todo lo roto, cuando se disipó el último vaho de vapor, se escuchó un silencio tan espeso, un sinruido de nada que atiné a llevarme las manos a los oídos y fue ahí cuando me di cuenta que estaba vivo. Paradoja si las hay. Tengo 40 años y recién me doy cuenta de que estoy vivo? qué estuve haciendo todos estos años? me doy cuenta ahora que echado a rodar por una mano maternal o paternal, (esto es motivo de otro análisis), fuí dando vueltas, girando en un torbellino que a veces me golpeaba a la izquierda y otras veces a la derecha, otras tantas fueron de carnero, esas vueltas en redondo comenzando por la cabeza que se llama así en honor del carnero que clava sus cuernos en tierra y gira sobre sí mismo en un movimiento que ellos llaman vuelta de hombre. En fin, entre vueltas y vueltas no me dí cuenta que estaba vivo y en este instante sí. No es que ahora lo necesitara. Obviamente era todo un milagro si lo vemos desde el punta de vista religioso, una casualidad si no somos demasiado pretenciosos o una consecuencia inevitable del orden universal si lo escuchan de mis labios contarlo ahora o lo leen de mis manos escribiendo.
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